Back to...

dilluns, 17 de maig del 2010

Diario de investigación (IV): El Señor Blanco


De: Taniguchi Shinji
Para: Mitsui Yoko
Asunto: Extraña carta


Hola Yoko.



Estaba en el piso superior y he oído unos ruidos extraños abajo. Por un momento he pensado que esto era una de esas casas encantadas. Sea lo que fuere lo que ha provocado los ruidos que he oído desde arriba, ha desaparecido para cuando he bajado las escaleras. En el suelo, junto a la puerta de la casa, he encontrado un libro de tapa dura. De color negro. Y sobre éste, una carta. Supongo que esto explica los ruidos.

El libro es un manuscrito. Parece una novela, está dividido en capítulos. En una de las primeras páginas hay una dedicatoria: "Para Yui, el amor que nunca pudo ser".  Yoko, ¿qué ocurre en éste pueblo? He consultado la lista de pacientes y sólo uno de ellos es habitante de éste pueblo. El Doctor tenía pacientes que venían de muy lejos...es todo tan extraño...

He leído algunos pasajes del libro. Por lo visto, explica una historia bastante extraña sobre un hombre que viaja a un pueblo para investigar algo. Pero en capítulos posteriores, la historia parece otra...he contado al menos cuatro historias diferentes. Intentaré leerlo entero para esclarecer esto, no es demasiado largo y quizá me de alguna pista o me sirva en un futuro.

Pero la razón por la que te mando este mail no es el libro. Es la carta que había sobre él. Si el libro es extraño, la carta no tiene definición. Lamentablemente, la letra es bastante fea y no he conseguido que el escáner reconociera el texto de la carta, así que he tenido que transcribirla manualmente. Aquí la tienes:

"No había silencio para él. Su mente parecía ir siempre tres pasos por delante del Universo. Y siempre generaba ruido. Su mente casi podría decirse que tenía vida propia, y que pensaba por él. Su mente conversaba con él desde que despertaba por la mañana, hasta que se dormía en algún momento de la noche. Sin pausa.


Todas las mañanas, al despertar, se miraba al espejo. Y le gustaba lo que veía: estaba sano, se cuidaba y había tenido suerte con su físico. Sin embargo, se hacía preguntas inconscientemente. Y, a medida que avanzaba el día, las preguntas obtenían respuesta. Observaba al resto de la humanidad arrastrarse pesadamente por la vida y se cuestionaba su existencia. Era incapaz de comprender las razones por las que aquéllos, sus semejantes, hacían algunas cosas. Ni tampoco la forma cómo las hacían, ni cómo obviaban las consecuencias de sus actos. Pero el ruido externo silenciaba al interno.

Desgraciadamente, con la noche llega el silencio. Y con él, un torrente de pensamientos. Preguntas y respuestas. Desesperación. Y eso le hacía llorar. ¿Por qué?, se preguntaba, ¿Por qué no hay confianza?. ¿Por qué hacéis todo esto? ¿Estaré enfermo?, se decía, ¿Estaré sufriendo algún tipo de desequilibrio mental?

Lo cierto era que, aunque lo intentaba, él era incapaz de imitar a sus semejantes. No podía ocultarse tras una máscara. No concebía la necesidad de mentir, ni la de simular una felicidad nunca obtenida. Nunca tuvo suerte. Las alegrías, incluso las más grandes, duraban sólo unos pocos instantes. Era como si por cada dos pasos que daba adelante, se viera forzado a retroceder uno. La gente de su alrededor le ofrecía respuestas vacías que no necesitaba, sin contar que él ya disponía de respuestas mejores.


Comenzaba a creer que no existía tal sentimiento, que era sólo una especie de farsa, algún tipo de mecanismo mental. Pero su mentalidad, siempre positiva, le impedía rendirse. Y seguía luchando por intentar conseguir de nuevo aquello que una vez le hizo creer sentirse feliz. Sin embargo, comenzó a decir no y a evitar que las personas se aprovecharan de él. Y eso le consiguió un nuevo enemigo: la soledad.


Un día llamó por teléfono a una antigua amiga. Hacía años que no hablaba con ella. Él le pidió perdón y le hizo prometer que iba a ser feliz, sin mentiras. Ella se asustó, y fue a su casa. Se oía ruido, pero nadie abría la puerta. Avisó a la policía. Por primera vez desde que lo conocía, lloró por él.

Cuando entraron ya estaba muerto. Lo encontraron muerto en su casa, desnudo. Muerte natural. La televisión encendida, mostrando un vídeo casero en el que la chica pasea por un parque y juguetea con el cámara. Sobre la mesa, un libro y una carta. Era un manuscrito, al parecer el chico escribía historias. Nunca se lo explicó a nadie. Pero, de repente, todo el mundo quería leerlas. Y, al hacerlo, creyeron entenderlo todo. Sólo lo creyeron. Intentaron convencerse de que lo entendían, pero cada uno entendió una cosa diferente.


La carta iba dirigida a su amiga. Y comenzaba con un tétrico: "He terminado nuestro libro. Si estás leyendo esto, es que estoy muerto."


Algunas lágrimas caían por las mejillas del cadáver. Quizá por fin había encontrado lo que tanto buscaba."


Algo se me escapa, debo encontrar a la persona que ha traído esto. No entiendo nada, pero quizá sea algún tipo de mensaje. Espero que el que ha escrito esto no tenga pensado hacer lo que el protagonista de la carta...

Yoko, quizás sea buena idea imprimir una copia y archivar esta carta. Cuando lea el libro, te lo mandaré para que lo archives también. Bien, voy a seguir investigando. Si entiendes algo, o consigues alguna pista, no dudes en avisarme.

Espero dar con Lucy pronto, estoy muy preocupado por ella. Y cuánto más tiempo pase, más preocupado estaré.

Un saludo,

Taniguchi Shinji.


Wu Ying Ren 死