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dimarts, 3 de març del 2009

Taku

Mi nombre es Taku. Tengo quince años y vivo en Tokyo. Cuando pienso en mi ciudad, sólo me viene a la cabeza un color: el gris. No sé si esto le ocurre a todo el mundo o sólo a mí. No sé si en otras ciudades del mundo también hay gente con esa sensación. Sólo puedo saber lo que yo siento. Sólo sé que yo sí la tengo.

Toda mi vida me la he pasado siguiendo una rutina bastante básica: de casa al colegio, y del colegio a casa. No tengo amigos porque, al parecer, nadie se ha interesado nunca por mí. Tampoco es que a mí me interese demasiado lo que pueda ofrecerme la gente. Tengo clara una cosa: a la hora de la verdad, nadie va a mover un dedo por mí excepto yo mismo.

Todas las mañana me levanto temprano, cojo mi mp3 y me preparo para ir al instituto. Es tan rutinario que podría hacerlo con los ojos cerrados. Mi madre me ha preparado el desayuno como todos los días, y se empeña en que lo tome. No tengo ganas de pelearme por algo que ya está perdido, así que desayuno sin decir una sola palabra. Está todo delicioso, como de costumbre. Aquí nada cambia. A veces hasta parece que la función aleatoria de mi mp3 selecciona las mismas canciones todos los días.

Poco después, me despido de mi madre y salgo de casa. Echo a andar en dirección al instituto y, si me cruzo con algunos compañeros, simplemente los saludo con la mano esbozando una sonrisa para que puedan discutir lo raro que soy, y todo eso. No me interesa lo más mínimo, ni tampoco me afecta para nada lo que puedan decir de mí. Llego al gris edificio de mi escuela y entro sin ninguna prisa rodeado por una marea de adolescentes extremadamente enérgicos que no parece notar mi presencia.

Mientras subo las escaleras, paso por delante de un grupo de idiotas sin ni siquiera inmutarme. Son los típicos matones de colegio que se meten con cualquiera que tenga más miedo que ellos. Un día lo intentaron conmigo:

-"¡Eh, tú!" - me gritó uno empujándome a un rincón mientras sus colegas hacían un muro para cubrirle - "Necesito dinero. Dame lo que tengas."

Frases cortas, típicas de cerebros de ese calibre. Yo estaba acojonado, la verdad. Intentando disimular el terremoto que sufrían mis extremidades inferiores, tiré la mochila al suelo y imité una de esas posiciones de defensa que he visto mil veces en las pelis de kung-fu.

-"¡V...ven a buscarlo!" - le grité, muerto de miedo.

Los chavales que pasaban alrededor, hicieron ver que no pasaba nada. Si uno de estos gorilas se abalanzaba contra mí, tenía que darle con todas mis fuerzas dónde fuera. Recé por que no lo hicieran.

-"¿A qué juegas, payaso?" - me gritó el mismo idiota de antes tirando su mochila al suelo.

Siempre he pensado que el motor de la vida en este planeta es el miedo. En ese momento, rezaba por no morir. Puede que el mundo no me guste. Puede que la gente no me guste. Pero nadie ha dicho que quiera morir. Eso sería demasiado cobarde.

-"¡Eh! ¿Qué pasa ahí?" - oí una voz femenina que venía de fuera de nuestra pequeña realidad alternativa.

No parecía ser una profesora. Era más joven, debía ser alguna chica de mi edad. Recé por que la dejaran en paz y no la mataran a ella también.

-"¡Fuera de aquí, zorra! ¡Esto no va contigo!" - le gritó uno de los idiotas, empujándola.

Ése fué mi momento de gloria. La chica cogió el brazo del idiota y lo tumbó con una llave de algún antiguo arte marcial. Así, sin más explicaciones.

-"P...pero...¿qué...?" - dijo otro de los idiotas, acojonado.

Cogí mi mochila del suelo sin perder de vista al idiota-jefe, que ahora estaba mirando a la chica. Aprovechando que no miraba, recé de nuevo para que se me concedieran superpoderes y le dí una patada con todas mis fuerzas en la entrepierna. Mientras se doblaba y se retorcía de dolor, le dije (no sin miedo a las represalias):

-"S...si tienes cojones...¡vuelve a intentarlo!"

Miré a sus gorilas, temblando de miedo, intentando parecer amenazador, mientras caminaba lentamente hacia la chica. Estaba a punto de mearme en los pantalones y estropear el momento. La cogí de la manga y me la llevé de allí.

-"Vámonos de aquí." - le dije a mi nueva y sorprendida compañera, que estaba dispuesta a cargarse a esos tíos ella sola.

Cinco minutos después ella esperaba a la entrada de los lavabos de chicos mientras yo me deshacía de toda mi cobardía de la forma menos humillante posible. Con la certeza de que nuestra amistad ya había terminado.

Desde entonces, no me han vuelto a molestar. Bueno, la chica sí. Se llama Mako, y parece que le importo o que se esfuerza en aparentar que le importo. Más tarde descubrí que, por aquella época, era cinturón marrón de karate. Y eso explicaba muchas cosas.

Bueno, ya es tarde. A lo mejor otro día, escribo más cosas.

Taku.